miércoles, 16 de enero de 2013

El sabor de la uva



Nos encontramos en pleno invierno, en uno de los días más fríos y desapacibles del año, y como buen andaluz, acostumbrado a temperaturas suaves, estoy deseando que éstas se apacigüen junto con el temporal y que pronto lleguen esos días en los que por inconformismos naturales, desearé que vuelvan las lluvias a regar nuestros campos.

Así, con este escenario tan inestable, se me ha venido a la cabeza, ya sea por deseo o grato recuerdo, aquellas tardes de Septiembre en las que se comenzaba a recoger la uva de esas bellas pero a su vez caprichosas cepas de la variedad Pedro Jiménez, en la cuna de la denominación de origen de Montilla-Moriles, y que tan buen sabor me dejó.

Fueron días en los que tuve la oportunidad de conocer de una manera muy cercana al agricultor o viticultor de aquellas tierras, el cultivo de los viñedos y la producción de ese vino tan dulce y peculiar de la zona.

A pie de terrón, y lo llamo así por que es como se encuentra la tierra en ese momento del año, conformado de una textura arenosa que con solo el roce de las botas se deshace en innumerables partículas, quedé maravillado de los parajes, los pueblos y las personas, que rodean a dicho cultivo.

Todas las mañanas, con el alba, salía de la habitación del hotel para visitar las parcelas que por mi trabajo tenía obligación de recorrer, aprovechando las suaves temperaturas que me  brindaban las primeras horas del día. El fresco de la mañana me hacía llevarme a la boca algún que otro pequeño cencerrón dulce que malcriaban algunas plantas, y que me llenaba de sabores y dulzores como si de un completo y rico desayuno se tratase.

Despeinando alguna cepa, uno apreciaba el trabajo de tantos años, retorcido en esa madera que terminaba en los cuidados brazos y pulgares de cada planta, de los cuales nacían los brotes llenos de vida de los que colgaban los racimos.

Acabándose el día, o más bien, ocultándose el sol, volvían a mi persona unas sensaciones muy parecidas a las del comienzo, con una luz espectacular que bañaba las verdes y empolvadas hojas de las viñas. El fresco de la tarde me invitaba a llevarme de nuevo algún puñado de uvas a la boca, dejándome ese agradable sabor, el que aún guardo y que por eso en esta tarde de invierno recuerdo con tanto placer.

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