Hace unos días, trabajando en esa zona comencé a recorrer los invernaderos, en los que patas, arcos, puntales y demás estructura metálica, se entrelazan llevando a cabo la sujeción de los plásticos protectores en su mayoría de 600 galgas que cubren un cultivo intensivo aún por desarrollar mecánicamente, sobre todo en la tarea de la recolección. Éste es, el cultivo de la fresa, el fresón, la frambuesa y los arándanos, típicos de muchas poblaciones del paisaje onubense.
La innovación mecánica llevada a cabo en muchos de los cultivos del panorama agrario nacional, han servido para reducir costes, pero han dejado a buena parte de la mano de obra, sobre todo de nuestros pueblos, sin esos jornales a los que acudir en épocas tan poco halagüeñas como las que estamos pasando. Ésta situación, no ocurre en la actividad económica que rodea a la fresa, siendo aún muy necesaria la mano de obra, dotando así de gran movimiento y vida a tantos pueblos que en ésta época del año subsisten gracias a ella.
Así, una vez más, uno se pregunta si preferimos mayores producciones a menor coste y pueblos abandonados, o por lo contrario una economía sostenible en un punto medio, en el que en teoría está la virtud y que nunca se lleva a la práctica, solo y exclusivamente por los intereses económicos de unos pocos y grandes productores y cadenas comerciales que marcan precio.
Así, una vez más, uno se pregunta si preferimos mayores producciones a menor coste y pueblos abandonados, o por lo contrario una economía sostenible en un punto medio, en el que en teoría está la virtud y que nunca se lleva a la práctica, solo y exclusivamente por los intereses económicos de unos pocos y grandes productores y cadenas comerciales que marcan precio.
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