lunes, 1 de abril de 2013

La bata blanca más cerca del campo

¿Estamos tranquilos con lo que comemos?

Ésta es una pregunta, muy de actualidad que nos ronda la cabeza cada vez que vemos la gran variedad de productos transformados en la industria, que con llamativos envoltorios se presentan ante nuestros ojos en la balda de los supermercados. Detrás de la gran mayoría de estos productos transformados, de entre los ingredientes que los conforman, encontramos alimentos o subproductos de cereales, frutas y hortalizas, que nunca nos imaginaríamos que formasen parte aun en pequeñas proporciones de dichos productos alimenticios transformados.

Y es que si pudiésemos echar una mirada retrospectiva en la elaboración de la mayoría de los productos de nuestra cesta de compra, tendríamos que partir de esos campos de cultivo en los que de una manera intensiva y casi artificial, no por ello dejando de ser saludable, se siembran, desarrollan y fructifican variedades de cereales, muchos de los cuales proceden de semillas que han sido modificadas genéticamente, para su mayor adaptación a ciertos climas, para hacerlos resistentes a determinadas plagas o para mostrar resistencias a productos herbicidas aplicables en el control de las malas hierbas.

Dichos organismos modificados genéticamente, en inglés GMO (Genetically Modified Organisms), también llamados transgénicos, en su mayoría son especies y variedades híbridas y por tanto la segunda generación de dichas semillas es inviable.

Existe una gran controversia en lo que a la bondad tanto en la relación de dichas especies transgénicas con el medio ambiente como en los efectos para la salud a la larga, ya que a corto plazo no se ha observado ningún efecto negativo para la salud humana.

Valorando los aspectos positivos y negativos que nos da éste tipo de producción vegetal, podemos situarnos a favor o en contra de la producción agrícola de especies genéticamente modificadas.

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